08/10/2024 0 Comentarios
Un bebe cualquiera
Mamá no me das nada de comer y tengo hambre. Ni siquiera me hablas o contestas, me siento muy triste en este líquido estéril que me tiene el cuerpo entumecido. Noto alterado mi corazón, tengo la respiración agitada, siento un nudo en el estómago. Estoy tensa, tengo muchos cambios de temperatura, paso de estar congelada a sentir calor. No experimento buenas sensaciones, tengo muchas ganas de salir de esta piscina y conocer el mundo. Este vientre es muy desagradable, hay muchas turbulencias y apenas puedo dormir. Siento desde aquí que estás triste, deprimida, angustiada, asustada y eso me hace sentir insegura, tengo frío, miedo y mucha desconfianza.
Mamá no me das nada de comer y tengo hambre. Ni siquiera me hablas o contestas, me siento muy triste en este líquido estéril que me tiene el cuerpo entumecido. Noto alterado mi corazón, tengo la respiración agitada, siento un nudo en el estómago. Estoy tensa, tengo muchos cambios de temperatura, paso de estar congelada a sentir calor. No experimento buenas sensaciones, tengo muchas ganas de salir de esta piscina y conocer el mundo. Este vientre es muy desagradable, hay muchas turbulencias y apenas puedo dormir. Siento desde aquí que estás triste, deprimida, angustiada, asustada y eso me hace sentir insegura, tengo frío, miedo y mucha desconfianza. Espero que fuera me espere algo de seguridad y de placer porque aquí cada día que pasa me siento peor. Este cordón que tengo en mi ombligo me molesta, y no sé para qué sirve ya que hace tiempo que dejo de administrarme alimentos. Esto esta oscuro, es demasiado hostil. ¿Cuándo voy a salir?
Esta placenta se ve muy frágil, y tengo tanta hambre que no descarto que cualquier día la acabe devorando. Creo que llevo aquí seis meses, aunque pareciera que llevo una eternidad. Me siento muy alejada y separada de ti. Siento que no soy bien recibida en tu vientre y que este embarazo no lo has deseado.
El nacimiento, es un paso crucial, es el paso de estar tranquilos en unión con nuestra madre a salir a un mundo hostil, frío, lleno de luz y ruido, y separado de ella. Para mí era lo contrario, experimentaba soledad en aquel lugar lúgubre que era la barriga de mi madre. Tenía activado incluso antes de nacer el instinto de supervivencia que nos pone en estado de alerta; me decía «Si no me cuidan, me muero». Mi madre no me daba contención, cuidados, nutrición o protección. Temía morirme. Al nacer me puse en contacto con la muerte, y lo que me salvo de la muerte fue estar en relación con un adulto amoroso, cuidador y protector.
No tuve sintonía contigo ni estando dentro ni al salir. A penas quisiste tenerme entre tus brazos cuando nací, me miraste como decepcionada, quizás esperabas ver a un niño, pero allí estaba yo, camino de convertirme en una niña. Esto se confirmó para mi desgracia porque pocas veces te sorprendieron mirándome, hablándome, tocándome, acariciándome, cogiéndome, meciéndome, achuchándome, abrazándome o teniéndome junto a tu pecho y corazón. Estaba claro que no querías pasar tiempo conmigo.
Era incómodo y me creaba un gran disgusto ver que no sonreías ni me mirabas, pero él, aquel ser poco mayor que yo se llevaba todas tus atenciones y cariños. No entendía porque a él le amamantabas y le decías todas las frases de cariño y amor que a mí eras incapaz de decirme. Cuando veía lo mucho que le querías me ponía a llorar buscando un poco de ese amor, cuidado y protección, del cual yo no era merecedora. Era un llanto de dolor que reclamaba contacto humano. Entonces venia papá y él me acunaba entre sus brazos, entonces podía dormir y sentirme viva. Él me sonreía cada vez que me miraba, y entonces yo le devolvía una sonrisa, éramos cómplices de una felicidad que ni sabíamos que creábamos.
Pero no me sorprendía tu desprecio y falta de amor, era como si no pudieras querer a nadie, como si esa capacidad no existiera en ti. No sentías amor ni siquiera por ti, no te prestabas atención, no te apreciabas, ni cuidabas, no aceptabas tus propias necesidades, no eras auténtica con lo que sentías, no tenías en cuenta las diferentes partes de ti misma, no te comprometías con tu salud ni bienestar, no eras capaz de relajarte, descansar y dejar que otro tomase la iniciativa, entonces como te iba a pedir que cuidaras de mí, tu bebé, lo que tú no tenías, hacía que nos dispusieras del espejo necesario para podérmelo reflejar a mí. Tenías un comportamiento impredecible e incoherente, alguna vez me besabas o acaricias, pero pronto caías en la cuenta de que te habías confundido de bebé y entonces me soltabas de tus brazos como si mi sola presencia te quemase y le mecías a él. Por eso nunca pude experimentar sintonía contigo. Todo era difuso, confuso e inestable, no existía continuidad o regularidad en nada de lo poco que me ofrecías. Nuestro contacto era muy débil y mis necesidades de seguridad, cuidado y amor eran satisfechas de vez en cuando por papá. A veces temía el contacto, tu contacto. Temía la cercanía, tu cercanía. O por el contrario me volvía dependiente con papá y lloraba cada vez que se tenía que ausentar porque sabía que con su partida también perdía mis cuidados. Nunca me escuchabas y cuando parecía que lo intentabas, eras incapaz de entenderme. Era como si hablásemos diferentes idiomas y nuestras señales nunca fueran a ser descodificadas.
Decías que era hiperactiva y que no podía estar quieta. Lo que pasaba realmente era que desconocía mis emociones, no sabía diferenciarlas y cuando acudían a mí, la energía que generaban se quedaba atrapada y bloqueada en mis músculos, la almacenaba en mi organismo creando un estado de activación y agitación que consumían toda mi vitalidad. De bebé, solo podía comunicarme a través de las emociones y del movimiento para atraer tu atención. Podía sentir tus estados emocionales por tus gestos petulantes, tus gruñidos, tus movimientos bruscos, el tono elevado, y aquella intensidad de tu voz y tu mirada me arañaban mi frágil cuerpo y fraccionaban mi mente.
Tenía la sensación de estar bloqueada todo el tiempo. Cuando me enfadaba me regañabas, es así que aprendí a ocultar mi enfado; cuando lloraba te reías de mí, ahí aprendí a reprimir mis lágrimas, y cuando tenía miedo te burlabas de mis inseguridades. Definiría nuestra relación como inesperada y obligada, nos sumergíamos en el mar del miedo y la desorientación cada vez que entrabamos en contacto. Cada indiferencia tuya me provocaba una herida, una pérdida, necesitaba de alguien que pudiera curar ese trauma. No podía comunicar mi mala experiencia, verbalizarla o liberarla de ninguna manera. Esa tensión, esa carga emocional era traumatizante. La ausencia de una relación reparativa hizo que me volviera distante y conociera mis primeras conductas de autorreparación.
Las emociones estaban bloqueadas y guardadas bajo llave, hasta que, en momentos de mucha tensión, fallaban mis mecanismos de defensa y tenía una reacción desmesurada ante una circunstancia que no merecía tal reacción, y me quedaba sorprendida. Estas reacciones me habían costado alguna amistad, relación de pareja o habían logrado que me despidieran de varios trabajos. Al no soltar la energía contenida de la emoción, la acumulaba y la bloqueaba, esto me hacía sentir difusa y con malestar. El fondo musical de mi día a día era el de un réquiem, aprendí a reconocer que lo que experimentaba era ansiedad, y cuando era demasiada intensa me causaba dolor.
Me sentía indefensa, estaba tensa y lo único que me tranquilizaba era chuparme el pulgar, meterme el chupete en la boca o abrazar fuerte a mí gatito de peluche. Sentía que tú no estabas presente para mí y deduje que mis emociones nos desconectaban, era mejor evitarlas. Empecé a tener miedo y a desconfiar de las personas, cualquier contacto me generaba estrés. Vivía con tensión muscular, y la mayor parte del tiempo me sentía como cuando flotaba en el líquido amniótico, congelada. Aprendí que llorar con tristeza no correlacionaba con recibir afecto o una respuesta, pero si reía a carcajadas o hacia alguna travesura al menos venias a gritarme. Aprendí a interpretar tus gritos, insultos y escupitajos como caricias, a inventar que era tu forma de dar afecto y es así como aprendía a realizar esta sustitución de sentimientos para poder vivir.
No voy a negar que al principio pase mucho miedo. Al no apoyarme ni darme seguridad, ni cariño ni amor me forjé una personalidad miedosa. Tenía miedo a estar sola, a necesitar apoyo y no tenerlo, a qué pasaría de mí si tú y papá me abandonarais. Eran miedos genuinos, pero tú no le dabas importancia. O sentías los mismos miedos y hacías como que no los tenías para no conectar con la niña que alguna vez habías sido.
Con ocho años tenía varias explicaciones a por que me tratabas de aquella manera inhumana. Trataba de entender y explicar porque no me querías. Me inventé varios motivos: primero pensé que vosotros, tú y papa, erais buenos y yo era mala y por tanto me merecía ese trato. Después pensé que no estabais bien y yo tampoco, pero me tenía que aguantar. Y, por último, pensé que erais malos. Cuando pensaba esto último recurría a mi imaginación, dependía de vosotros así que busque diferentes formas para manejar mi malestar; soñaba y fantaseaba, creaba amigos imaginarios, buscando salvadores, deseaba que viniera a rescatarme algún superhéroe o alguna hada madrina, pero nada de eso hizo ocurrió ni surtió efecto. Al menos por aquellos tiempos la imaginación me ayudada a manejar el malestar, y por algunos minutos me olvidaba del maltrato gracias a las situaciones imaginadas. Lo malo es que de tanto repetir estas ensoñaciones acabe por confundir la realidad con la fantasía.
Me convertí en una niña enfadica y triste. Mi papel surgió efecto, venías a desahogar tu malestar sobre mí y yo tenía mis minutos de gloria, aquellos en los que existía y era vista. Es así también como me volví una niña supertensa, supervigilante, y que no podía estar quieta para no pensar en el vació tan enorme que estabas cavando dentro de mí. Me convertí en la víctima de todas las peleas que tenías con papá, y cuando nos pillabas discutiendo a mi hermano y a mí, siempre acababa por recibir el castigo yo. Tenía la sensación de romperme por dentro, de ser una niña con papá, otra niña contigo, otra con mi hermano y otra cuando estaba sola. En realidad, me sentía fragmentada, y ni si tan siquiera sabría decir cuál de todas esas niñas era, ¿era todas o quizás ninguna?
Y todo esto había venido a raíz de la relación que tenía con Eugenio. En pleno diván había experimentado mi niñez y caído en la cuenta de por qué mis relaciones eran tan caóticas, de porque en mi vida no había límites y reinaba el desorden en todos los ámbitos. Debido a mi infancia tenía dificultad para establecer relaciones duraderas, a veces buscaba estar cerca de mi pareja y otras sin saber el motivo le evitaba. Estaba alerta, y los encuentros me generaban ansiedad, tenía miedo de que me hicieran daño. Me costaba mostrarme y fingía ser alguien que no era. La tensión que albergaba la sustituía por una risa incontrolable, mostrando una alegría exagerada y me esforzaba por agradar. Era desconfiada y me costaba intimar, debido a esto y más síntomas tenía problemas en muchas situaciones sociales.
Nos relacionamos con las personas a través de las etiquetas que les adjudicamos y no por quienes realmente son.
Comentarios
Dejar un comentario